Luz verde en París

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El título de la noticia me dejó perplejo y decía más o menos así: “Con el objetivo de hacer las calles de la ciudad más seguras, las autoridades de París autorizaron a los ciclistas a saltarse la luz roja de los semáforos”.

Superado el estupor inicial y antes de continuar con la lectura de la nota, debo confesar que mi primer sentimiento fue de alivio, pues como la gran mayoría de los ciclistas urbanos, cada vez que puedo burlar un semáforo en rojo, lo hago. Muchas veces me propongo parar y respetar la orden de detención, pero finalmente si veo que no viene ningún auto y no hay peatones cruzando, la tentación de seguir es irresistible.

La medida parisina que establece la abolición de las luces rojas para los que circulan a tracción a sangre en vehículos de dos ruedas no parece improvisada, sino que, por el contrario, tiene fundamentos contundentes.

El primero es que se enmarca en un plan que pretende aumentar los viajes en bici que se realizan en la ciudad luz del 5% actual a un 15% en el año 2020, lo cual implica nada menos que triplicarlos en tan solo cinco años. Para ello se ha extendido la red de ciclovías parisina y construido 10.000 nuevos estacionamientos.

De acuerdo a estudios desarrollados por los urbanistas, en las ciudades francesas el 40% de los desplazamientos en auto es de menos de 3km, por lo cual muchos de estos viajes podrían fácilmente hacerse en bici.

Si se quiere promover el uso de las bicicletas, uno de los argumentos más contundentes es que los viajes se pueden hacer en menor tiempo que en un vehículo particular o en los medios de transporte públicos. Y evitar los semáforos a lo largo de un trayecto, permite a los ciclistas ahorrar unos cuantos minutos. Pensemos, por otra parte, que la onda verde está calculada para el transporte automotor y no para las bicicletas, lo cual implica que aun circulando por las ciclovías, cada cuatro o cinco cuadras algún semáforo nos indica que debemos parar. Detener absolutamente la marcha no solo nos hace perder tiempo, sino también el impulso, por lo cual debemos destinar energías adicionales para poner nuevamente la bici en movimiento. Parar nos frustra tanto, que en las esquinas solemos hacer malabarismos para continuar en equilibrio a velocidades ínfimas.

Por otra parte, si las ciudades tomaran como un problema serio las violaciones de los semáforos por parte de los ciclistas, deberían reprimirlas. Como esto no ocurre, las infracciones quedan en una nebulosa: no están permitidas, pero tampoco son sancionadas.

Probablemente las autoridades parisinas pensaron que en lugar de perseguir a los ciclistas, mejor era legalizar una conducta que, según ellos, no genera accidentes, siempre y cuando los conductores de las bicis reduzcan la velocidad en las esquinas y respeten la prioridad de paso de los peatones. Si estas previsiones se cumplen, para los expertos franceses es perfectamente seguro continuar.

Para contribuir a la práctica de la nueva norma, en la capital francesa se colocaron nuevas señales en más de 1.800 cruces y semáforos con un triángulo al revés y una bicicleta en el centro. Esto indica que cuando la luz de semáforo está en rojo, los ciclistas pueden seguir con precaución.

Seguramente muchas ciudades estarán atentas a cómo funcionen estos cambios introducidos en París. Se verá si los tiempos de viaje mejoran y, fundamentalmente, si la medida – como ellos creen – no aumenta la cantidad de accidentes. Parten de un supuesto que parece muy razonable: cuantas más personas ocupen las calles con sus bicicletas, el tránsito no solo será más seguro para los ciclistas, sino también para el resto de los medios de transporte y para los peatones.

Ojalá esta medida funcione muy bien y pronto sea imitada por otras urbes. Por lo pronto, la escasa culpa que sentía por violar los semáforos en rojo cuando voy en mi bicicleta, ya no la siento más.

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